El abordaje y diagnóstico del TEA ha experimentado cambios significativamente positivos. Anteriormente, el DSM-IV (la anterior versión del Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales) incluía varios trastornos separados bajo la categoría de Trastornos Generalizados del Desarrollo: el Trastorno Autista, el Trastorno de Asperger, el Trastorno Desintegrativo Infantil y el Trastorno Generalizado del Desarrollo No Especificado. El DSM-5, por fin, consolidó todos estos nombres bajo un amplio y multifacético espectro, ilustrando así la variabilidad y la infinidad de facetas que comprenden estas neurodivergencias, tantas como personas encajan en él.
Así, el DSM-5 ha pasado de las categorías a las dimensiones, evolucionando hacia una visión menos estigmatizante y teniendo mucho más en cuenta la individualización por encima de ciertas etiquetas diagnósticas. De hecho, actualmente y dentro del propio colectivo, se contempla y se promueve, más que como un trastorno (TEA), como una condición (CEA).
A modo de resumen, las dificultades a las que se enfrentan las personas dentro del TEA, tienen que ver con dos aspectos diferenciados (más allá de la posibilidad de presentar discapacidad, comorbilidad con otros problemas, etc):
- Deficiencias en la Comunicación Social e Interacción Social: esto incluye problemas en la reciprocidad socioemocional, comportamientos comunicativos no verbales y dificultades para desarrollar, mantener y comprender relaciones.
- Patrones de Comportamiento, Intereses o Actividades Restrictivos y Repetitivos: esto incluye movimientos motores repetitivos, adherencia inflexible a rutinas, intereses altamente restringidos y respuestas sensoriales inusuales.
Estos cambios reflejan una comprensión más matizada del TEA y ayudan a proporcionar diagnósticos más precisos, lo que a su vez puede conducir a intervenciones más adecuadas y efectivas. El enfoque holístico e individualizado sigue siendo crucial para abordar las necesidades únicas de cada persona con TEA.
Aun así, no está de más recordar que el desajuste a las normas sociales no escritas y a las maneras de relacionarse interpersonalmente de las personas en el TEA (o con otras patologías, por ejemplo, trastornos de personalidad) también tiene que ver con un mundo normativo que tacha de patológico o fuera de la norma todo aquello que no encaja o que no resulta común. Una persona TEA puede ser más o menos aceptada o pasar más o menos desapercibida según la cultura en la que esté inmersa.
Así, el diagnóstico de TEA implica un enfoque multidisciplinario que incluye a pediatras, psicólogos, neurólogos, terapeutas ocupacionales y logopedas. Se utilizan herramientas de evaluación estandarizadas como la Entrevista de Diagnóstico de Autismo Revisada (ADI-R) y el Programa de Observación Diagnóstica del Autismo (ADOS). Además, la intervención temprana es crucial para mejorar los resultados a largo plazo. Los programas de intervención temprana, como el Análisis de Comportamiento Aplicado (ABA), pueden ayudar a los niños a desarrollar habilidades de comunicación, sociales y de comportamiento. Se ha hecho un gran esfuerzo en mejorar la detección temprana del TEA, y los estudios actuales se centran en identificar signos del TEA en bebés y niños pequeños, lo que ha llevado al desarrollo de herramientas de cribado específicas para edades tempranas, como el Modified Checklist for Autism in Toddlers (M-CHAT).
En TEA, los programas educativos deben ser individualizados (IEP – Plan de Educación Individualizado) y adaptarse a las necesidades específicas del niño o niña. Las estrategias de enseñanza pueden (y deben) incluir el uso de apoyos visuales, rutinas estructuradas y técnicas de enseñanza directa. También resulta vital que las familias reciban apoyo y recursos. Los grupos de apoyo, la educación sobre el autismo y las estrategias de manejo del comportamiento en el hogar son cruciales.
Aún queda mucho por conocer del TEA. Muchas personas, especialmente las mujeres y las minorías étnicas, a menudo no son diagnosticadas hasta la adolescencia o adultez, si es que con suerte llegan a serlo. Esto se debe a estereotipos y a una falta de comprensión de cómo se manifiesta el TEA en diferentes poblaciones. Tanto las herramientas diagnósticas como el imaginario colectivo tienen tradicionalmente presente solo al hombre de raza blanca. Por ejemplo, en las mujeres, el retraimiento social se interpreta como timidez y deseo de estar en segundo plano: bien visto en ellas, pero llamando la atención en los varones, que normativamente deben ser expansivos y dominantes, y facilitando así la atención temprana.
Las personas con TEA a menudo tienen comorbilidades, como ansiedad, TDAH, o epilepsia. Estas condiciones pueden complicar el diagnóstico y el tratamiento si no se identifican adecuadamente. Por ello, resulta vital que el diagnóstico lo realice una persona altamente especializada y que dedique todo el tiempo que sea necesario a cada individuo a evaluar.
Por último, hay que comentar que, por encima de todo, para conseguir la plena inclusión social del TEA, resulta vital visibilizarlo como lo que es: una neurodivergencia con una forma de procesamiento (social, sensorial, cognitivo y emocional) diferente a lo establecido, pero no necesariamente erróneo. Tampoco significa disfuncional, pues lo será acorde al contexto, el cual tacha de “raro” o “problemático” cualquier aspecto que no encaje fácilmente en él. Además, la inversión en investigación sobre el autismo, incluyendo estudios sobre las manifestaciones del TEA en diferentes poblaciones y comorbilidades, puede mejorar la comprensión y el manejo de esta condición.
El diagnóstico del TEA sigue siendo un campo en evolución con desafíos significativos, pero con esfuerzos continuos en educación, investigación y concienciación, es posible mejorar los resultados para las personas con autismo y sus familias.
Las intervenciones actuales tienden a ser más personalizadas, centrándose en las necesidades y fortalezas individuales. Se ha puesto un énfasis creciente en el entrenamiento en habilidades sociales, la terapia conductual y el apoyo a la familia. Además, hay un interés en enfoques inclusivos y en la participación de las personas con TEA en la toma de decisiones sobre su propio tratamiento.
En resumen, el concepto de TEA ha evolucionado hacia una visión más inclusiva y diversificada del trastorno, con un enfoque en la variabilidad individual y la importancia de un diagnóstico temprano y preciso. Las novedades diagnósticas reflejan este cambio, destacando la importancia de evaluaciones multidimensionales y el uso de herramientas especializadas.