Todos hemos sentido miedo alguna vez en nuestra vida, sin embargo, no acostumbramos a hablar sobre él. Hemos aprendido que sentir miedo es malo, o nos hace débiles, pero la realidad es que no es así. Además parece que la sociedad tiende a abordar el miedo como un tema tabú, como si el resto de personas no sintiesen miedo. Esto hace que de alguna manera el propio miedo y en general las emociones desagradables nos generan miedo y malestar, porque nadie nos explica su función, ni normaliza su existencia.
El miedo es una reacción que se genera ante una situación de peligro o amenaza, ya sea éste real o imaginario. Ahora bien, el miedo también es una reacción aprendida a lo largo de la vida, por lo que podemos tener respuestas de miedo hacia estímulos que inicialmente no interpretamos como amenazantes pero que nos han generado un malestar intenso, o respuestas desagradables. Por ejemplo, un miedo irracional aprendido podría ser el miedo a las plumas por un episodio desagradable en la infancia con un pájaro.
No obstante, el miedo no está solamente dirigido a estímulos externos y físicos, también puede estar dirigido a estímulos internos y a procesos personales como por ejemplo el miedo a los exámenes, el miedo al compromiso, el miedo a las relaciones afectivas…
El miedo genera distintas respuestas que podemos observar en otros seres del reino animal, como por ejemplo la respuesta de parálisis de una cebra cuando aparece un león. Esta explicación nos hace comprender que el miedo tiene una función protectora. Ahora bien ¿Cómo pueden ser esas respuestas de miedo? El miedo puede generar una reacción de huida en la cual nuestro cuerpo se prepara para escapar con el aumento del riego sanguíneo, la dilatación pupilar o la liberación de hormonas. O mediante la respuesta de parálisis que se define por una respuesta cerebral denominada inmovilidad tónica. Esta respuesta es una reacción evolutiva cuando se considera que no hay nada que hacer ante el peligro potencial. No obstante, en estas respuestas median otros factores como el aprendizaje, hay estímulos que pueden desencadenar una respuesta de parálisis por el miedo que nos han provocado en otro momento de nuestra vida y la baja o nula capacidad de reacción que teníamos ante ellos. Y otros que generan una respuesta de huida para que el estímulo no pueda dañarnos. En este proceso de aprendizaje puede suceder que desarrollemos un miedo que sea incapacitante para nosotros o que nos genere un malestar muy intenso. Es por ello que aunque el miedo tiene una función adaptativa protectora, que en un momento nos fue muy útil (o bien a nivel de desarrollo evolutivo o bien en nuestra propia vida), puede tener un papel negativo si se genera ante un estímulo que no es potencialmente peligroso o que nos incapacita para hacer cosas que nos gustaría hacer.
En definitiva, todas las emociones tienen una función y están ahí por algo, pero es importante conocernos y explorar nuestra propia historia y saber hasta qué punto ese miedo aprendido está siendo dañino para nosotros.
Enfrentarse al miedo es un proceso y como tal tiene que ser realizado de forma pautada, sin forzarte a exponerte a aquello que más miedo te da de golpe, sino exponiéndote de forma paulatina. En este sentido, si el miedo es extremadamente intenso, te recomendamos acudir a un profesional de la salud mental que te guíe y apoye en tu proceso.
Aquí abajo te dejamos el enlace a un corto de animación que nos explica de forma muy visual cómo se adquiere un miedo, para qué sirve y cómo podemos enfrentarnos a él y superarlo: